Artículo de Reflexión
Escrito por Fabiola Perales, Especialista de Mejora Regulatoria y Doctorante en Políticas Públicas | Twitter: @FabiolaOPerales
Estoy por cerrar uno de los sucesos más desafiantes y dolorosos que he tenido en mi vida, por ello no quiero dejar pasar la oportunidad de escribir mis experiencias al respecto. Compartir lo que vivimos y aprendimos durante el contagio de la enfermedad por coronavirus (COVID19) fue una promesa que hicimos mi padre y yo, convencidos de que debíamos escribir lo que estábamos viviendo para reflexionar al interior del núcleo familiar sobre la importancia de evitar contagios o recontagios colectivos de familias, así como algunas ideas para sobrellevar un contagio familiar.
Nuestra historia
A principios de enero del presente año, mi hermana mayor, quien reside a unas cuantas casas de la casa de mis padres en Ciudad Victoria, Tamaulipas, había estado mostrando síntomas de gripe. Al enterarme de ello, le sugerí que se hiciera una prueba de COVID19. El 11 de enero se hizo la prueba de sangre cuantitativa (también conocida como prueba de anticuerpos), la cual salió negativa. Sin embargo, los síntomas continuaron y su condición empeoraba acercándose a la posibilidad de ser portadora del COVID19. El 14 de enero consultamos con un médico, vía WhatsApp, sobre los síntomas y el resultado de la prueba realizada, por lo que nos recomendó que hiciéramos la prueba de hisopo nasofaríngeo (también conocida como prueba de antígeno). Con complicaciones en los horarios de atención en los laboratorios privados y públicos, porque en ambos sólo se pueden tomar muestras con previa cita y en horario restringido, finalmente, logramos obtener una prueba de hisopo nasofaríngeo. El resultado nos derrumbaría por un instante, era positivo a COVID19.
Perdimos cerca de 72 horas con un falso negativo. De acuerdo con información de la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA, US Food and Drug Administation)[1], las pruebas de anticuerpos (serológicas) “pueden proporcionar resultados rápidos, pero no deben usarse para diagnosticar una infección activa”, es decir, “las pruebas de anticuerpos solo detectan anticuerpos que el sistema inmune desarrolla en respuesta al virus, no el virus en sí mismo”. Ya que “es posible que los anticuerpos aún no se hayan desarrollado, pues se toman varios días o semanas para desarrollar suficientes anticuerpos para ser detectados por una prueba”. En contraparte, “las pruebas de antígeno generalmente proporcionan resultados que diagnostican una infección activa por coronavirus”. Repito, perdimos cerca de 72 horas de aislamiento porque no hicimos la prueba correcta de diagnóstico. Cabe señalar que el laboratorio nunca nos orientó.
La cercanía de mi hermana con mis padres y el constante interactuar con el resto de la familia me hicieron pensar al instante que, si ella estaba contagiada, la probabilidad de que todos los demás también lo estuvieran, era muy alta. En cuanto supe del resultado, estando yo en la Ciudad de México, busqué médicos que pudieran atenderla en Ciudad Victoria. La recomendación del doctor para mi hermana mayor fue muy clara: “necesita oxígeno, no debe moverse y hay que suministrar este medicamento”, continuó “si no sigue las indicaciones, en un corto tiempo podría requerir ser intubada”. Había que actuar muy rápido. Esa noche fue eterna, conseguimos el oxígeno, conseguimos el enfermero que la inyectaría, toda mi familia se aisló y durante la madrugada me trasladé a Ciudad Victoria. Debo confesar, quizás incluso con un poco de pena, que en la casa de mis padres había casa llena, por diversas razones, mis hermanas y sus hijos estaban de visita. Yo estaba cansada de insistir en reducir/eliminar esas visitas. Quizás debí insistir más.
El 15 de enero empezó nuestra lucha contra el COVID19. En los siguientes días se confirmarían los resultados positivos al virus SARS-COV2 de cuatro adultos más (mis padres de 73 y 71 años, y dos más de mis hermanas de 42 y 39 años) y aunque no hicimos pruebas de diagnóstico, estábamos convencidos de que los tres niños (de 12, 10 y 1 año y medio) de la familia, también estaban contagiados (hoy las pruebas de anticuerpos lo confirman). Las reacciones de mi familia al recibir sus resultados positivos fueron diversas: enojo, desconcierto, desesperanza y resignación. Se nos estaba presentando la prueba más cruda y difícil de nuestras vidas.
Mi familia fue consultada por médicos particulares, en casa y en consultorio. La red privada fue muy útil para que mi familia pudiera tener una atención inmediata una vez que sabíamos que estaban contagiados. Los doctores nos explicaron que los días complicados de la enfermedad estaban por llegar. Los primeros cinco días de tratamiento fueron agotadores. El día empezaba a las 6:00 a.m. y terminaba entre la 1:00 a.m. y 2:00 a.m.; debía buscar las citas médicas, recorrer las farmacias para conseguir los medicamentos (algunos ya escasos), cocinar, limpiar, llevar y traer cosas, observar y cuidar a mis enfermos. Sentía mis pies reventados por tanto ir y venir, y mis manos tenían mil cortadas y estaban inflamadas por tanto desinfectante y cloro. Pero mi dolor no se acercaba en nada a la angustia y los padecimientos que mi familia presentaba: fiebre, cansancio, dolor muscular, dolor de cabeza y tos. Todos debían estar en reposo total. Ver su sufrimiento y la angustia en sus ojos no me permitían el descanso.
Durante los días 6 al 10, el estado de salud de mis pacientes dio un vuelco, si bien mi paciente cero (hermana mayor) permanecía estable con oxígeno, mi mamá iniciaba con pulmonía por lo que hubo que cambiar el tratamiento, otra de mis hermanas empezó a recibir inyecciones y, prácticamente, pasaba todo el día dormida. Mi papá y mi hermana menor se agravaron, y también tuvieron que cambiar de tratamiento, ambos ya requerían oxígeno e inyecciones por vía intravenosa. Los niveles de oxígeno que iban requiriendo se incrementaban rápidamente y su debilidad era evidente. Hubo días buenos y días malos. La enfermedad nos iba enseñando que estar bien un día, no era del todo señal de mejoría, cada organismo debía brincar el periodo de vida del propio virus.
Los días más complicados de la enfermedad llegaron entre los días 11 al 15, había que despertarse por la madrugada, cada dos o tres horas para verificar que el oxígeno fluyera y el tanque no se hubiese terminado, debíamos checar si mi hermana menor y mi papá se sentían bien y que la mascarilla con reservorio y el tapabocas KN95 estuvieran bien colocados. Tanto mi hermana menor como mi padre debían estar todo el tiempo sentados, en la cama o en un sillón. La situación en ese momento era de tres de mis cinco pacientes con oxígeno.
Al cabo de los días (días 14 y 15), las cosas parecían ir mejor o al menos estar estables con mi mamá y mis hermanas, pero mi angustia por mi padre creció: ¿por qué mi padre no mejoraba?, me preguntaba. Él mismo me llegó a decir, “¿por qué si ya me están inyectando no mejoro?”. Ya instalado el oxígeno había días y horas del día en que oxigenaba arriba de 90%, otros en los que oxigenaba por debajo de ese número. Su ánimo era bueno, y él me indicaba que estaba bien, podía comer (comida licuada), evacuar, y el Doctor lo observó fuerte. Sin embargo, el suministro de oxígeno era muy alto, de 7 litros brincamos a 11, luego a 13 y, finalmente, 15 litros por minuto, en pocos días. ¿Había llegado la hora de internarlo en un hospital? Era la pregunta que rondaba mi cabeza en voz baja y en voz alta. Me escuchó cuando lo pensé voz alta y me mandó llamar, me pidió que me olvidara de llevarlo al hospital, con voz fuerte y tono de orden. Con el paso del tiempo y por su dificultad para respirar se fue convenciendo de que era necesario. El sábado 30 de enero mi papá me preguntó si mi mamá y mis hermanas ya estaban saliendo, y si solo faltaba él, la respuesta fue afirmativa. Si bien no estaban recuperadas al 100%, ya era evidente su mejoría. El domingo 31 de enero me dijo que no se sentía bien, realizar actividades básicas como comer o evacuar ya le costaban mucho trabajo. En ese momento entendí que ya no teníamos más opciones, debía llevarlo a un hospital. Lo trasladé ese mismo día al IMSS, el médico urgenciólogo a cargo me hizo saber que mi papá estaba muy grave y que debía ser intubado; sin embargo, me advirtió que la propia intubación implicaba un riesgo de fallecimiento. Mi padre fue intubado exitosamente, pero el diagnóstico seguía siendo de gravedad. Estuvo en el IMSS cerca de 8-10 horas. A las 3:00 a.m. del 1 de febrero de 2021 nos llamaron para avisarnos que él había fallecido. Los días siguientes han sido muy tristes, su ausencia pesa. El resto de mi familia ha iniciado la etapa Post-Covid19 y lidian con las secuelas.
Con poco más de un mes de haber llegado a la casa de mis padres para ayudar en la emergencia, y ya casi lista para regresar a la CDMX, el médico me sugirió hacerme una prueba cuantitativa de COVID19 (una prueba de anticuerpos). La sorpresa sería que había contraído el virus. Quizás el contagio pudo haberse dado unos días después de haber llegado a hacer los cuidados de mi familia. Si bien, el riesgo de enfermar siempre estuvo presente, para mí esa opción no existía. Todos los días por la noche me lo decía: ¡no me puedo enfermar! Para el 19 febrero, y sin estar consciente de ello, ya había superado el virus. Si bien tuve algunos síntomas, como febrículas, sentir la comida salada y mucho cansancio, siempre justifiqué esos padecimientos con todo el esfuerzo y el trabajo de cuidados que tuve que realizar. La comida salada pensé que podría haber sido un error mío o un error del servicio de comida que en ocasiones compré.
Algunas reflexiones personales y de familia
- La honestidad y los límites al interior del seno familiar
El conocimiento de los síntomas de la enfermedad y la honestidad entre los miembros de las familias es fundamental para evitar un contagio familiar como el que tuvimos nosotros. En una reflexión al interior de nuestra familia hemos identificado que hubo una falta de conocimiento de los síntomas de nuestra paciente cero. Simplemente, no pasó por su mente que pudiera ser COVID19 y continuó interactuando con el resto de la familia. La corresponsabilidad entre los miembros de las familias no debe relajarse en ningún momento porque la pandemia aún no termina. Esto nos lleva a un segundo punto, los padres, en cualquier edad, siempre buscarán ayudar a sus hijos(as), más si los ven vulnerables. Sin embargo, es tiempo de entender que ellos son los que se encuentran en mayor riesgo ante la COVID19. Por ello, los padres deben ser un poco más egoístas ante los hijos(as) adultos(as) que se encuentren en constante movimiento, y en la medida de lo posible deben evitar el contacto con ellos. Por otro lado, los hijos(as) deben hacerse conscientes de los riesgos que llevan a sus padres. Son tiempos de máxima responsabilidad para con quienes nos dieron la vida. Aunado a esto, la orientación que puedan dar los gobiernos, laboratorios públicos o privados y los propios médicos sobre los tipos de pruebas de diagnóstico, cuál prueba es conveniente tomar y en qué momento (es decir, según el tiempo que ha pasado desde los primeros síntomas), puede ser una ventana de oportunidad para salvar vidas y reducir los contagios colectivos de familia.
- El cuidado de quien cuida
El cuidado de la o las personas que cuidan a los enfermos es fundamental: comer, descansar, y mantener medidas de seguridad es básico. En mi caso, yo era la única que estaba a cargo de forma directa de la situación en mi familia. Fungí como primera línea. No obstante, el esfuerzo físico y emocional que tienen que hacer quienes se encuentran en primera línea en las familias o en los hospitales es extraordinario, agotador y angustiante, lo que los hace vulnerables a la enfermedad, y por lo que el riesgo de enfermar siempre prevalece y la probabilidad se incrementa conforme pasa el tiempo. Me contagié sin darme cuenta de ello o sin dar mayor importancia a posibles síntomas que pensaba correspondían al cansancio del propio ajetreo. Me contagié por mi alta exposición al virus y a pesar de las múltiples medidas de seguridad que tomé: utilicé doble tapabocas KN95 al mismo tiempo, también solía utilizar careta, me rociaba de desinfectante por todo el cuerpo al entrar y salir de mi casa o de la casa de mi hermana. Por las noches tomé algunos medicamentos para aliviar el cansancio y las febrículas que padecí. Además, todo el tiempo dormí con un cubrebocas puesto. No obstante, el virus estaba en todos lados, y la posibilidad del contagio en casa siempre existió.
El estar tan expuestos quienes deben hacer labores de cuidados en la familia, también genera que se incrementen los contagios colectivos de familia. En este sentido, vale la pena tener un plan de familia para hacerle frente en caso de que algún miembro se contagie. En nuestro caso la estrategia, en ese momento, fue salvaguardar al último miembro de la familia que estaba en México (en Reynosa) y que no estaba infectado, para que, en caso de que yo enfermara de gravedad, ella pudiera hacerse cargo. Asimismo, los gobiernos (locales y el federal) pueden hacer estrategias inteligentes y proactivas para apoyar la lucha de las familias una vez diagnosticado uno o varios casos de contagio entre sus miembros. Si fuese un solo miembro el que estuviera contagiado sería de gran ayuda que los gobiernos dispusieran de espacios para que las personas enfermas pasaran ahí su aislamiento, y recibieran atención médica temprana, sin poner en riesgo a toda la familia.
Cabe destacar que, en nuestro caso nunca fuimos contactados ni se nos dio seguimiento por parte de los Gobiernos Estatal, Municipal o Federal. Quizás nuestros gobiernos nunca supieron de nuestro contagio. Éramos, literalmente, una casa COVID19 convertida en un pequeño hospital. Estábamos solos frente a nuestra propia lucha. Fue hasta que mi padre llegó al hospital y falleció, en donde tuvimos un contacto directo con el Gobierno Federal vía la hospitalización y uno indirecto con el Gobierno del Estado de Tamaulipas, a través del trámite de cremación del cuerpo de mi padre.
- Solidaridad e iniciativa de amigos y vecinos
A pocas personas enteré de mi situación, tanto en la Ciudad de México como en Ciudad Victoria. Pero a quienes enteré en su momento me mostraron su solidaridad y apoyo. Hubo quienes me llevaron comida para alimentar a mis enfermos y me dieron un descanso a mí, hubo quienes me ayudaron a conseguir oxígeno, a mover el oxígeno, otros me dieron mensajes de aliento y en la universidad me ofrecieron todo el apoyo para concentrarme en sacar a mi familia de la enfermedad. En contraste, mis vecinos solo vieron mis recorridos y movimientos. Ningún vecino(a) me ayudó a mover un tanque de oxígeno, a cargar bolsas de víveres o a trasladar los botellones de agua de 20 litros. Fueron solidarios hasta que supieron del fallecimiento de mi padre.
Cuando una familia tiene un contagio colectivo como el nuestro, incluso el elaborar comida puede volverse complicado. Por ello, quiero recordar a quienes se han tomado un momento para leer este texto, que existen muchas formas de apoyar a alguien que ha enfermado de COVID19, o que se encuentra a cargo de quienes padecen esta enfermedad: llevar comida, regalar desinfectantes y cubrebocas N95, pasar contactos de enfermeros, de doctores, o información sobre dónde comprar medicamentos, e incluso dónde conseguir oxígeno, son ayudas invaluables en un momento de tanto ruido y estrés. No se limiten a decir lo siento ni a esperar a que la persona les diga qué requiere, ya que en la mayoría de las ocasiones la dinámica es tan rápida que no se tiene tiempo de hacer este tipo de solicitudes. En ese momento resuelves y trabajas con lo que tienes. En mi caso, mis amigos tomaron la iniciativa y fue como si hubiesen puesto alas en mí para sostenerme en esos momentos. Por otra parte, si son vecinos de familias con enfermos COVID19, los conmino a ser solidarios.
- Los costos de la enfermedad
Los costos de la enfermedad son descomunales. Más cuando el sistema público está colapsado, es poco accesible o simplemente el paciente no cuenta con servicio médico público. Entre estudios de laboratorio a lo largo de la enfermedad, consultas médicas privadas, medicamentos, vitaminas, servicios de enfermería, compra de oxígeno, comidas, limpieza y pago de servicios varios por apoyos logísticos, en promedio el costo de la enfermedad en casa por paciente, de delicado a grave, puede llegar a ser de 50 mil pesos (alrededor de 2,500 dólares) por persona por 15 días, sin considerar los costos por secuelas ni hospitalización. La enfermedad es muy costosa por sí misma, y no hay garantía de que si tomas todo lo que te indican saldrás avante, en medio hay muchas situaciones que pueden dar un resultado distinto, sin importar lo que gastes. Así es que mi recomendación aquí es que estén atentos a los síntomas para que eviten en todo lo que puedan un contagio familiar, y dado que el virus sigue presente y pocos en México han logrado obtener una vacuna, la familia debe mantener cierto grado de liquidez en sus cuentas bancarias, o bien, posibles créditos disponibles para que puedan manejar la situación sin depender de terceros o del gobierno. Las personas con menos recursos económicos podrían no lograr tener acceso a atención médica especializada y a los medicamentos adecuados para el tratamiento de esta, generándose un mayor riesgo de fallecer; por ello, es importante que los gobiernos locales y el propio gobierno federal puedan identificar en una etapa temprana de la enfermedad a aquellas familias que no cuenten con los recursos suficientes para afrontarla por sus propios medios.
- Monitoreo de los pacientes ¿Cuándo hospitalizar?
Ante tanto desconocimiento de la propia enfermedad y su evolución, y después de rebobinar mi casete de lo que ocurrió con mi papá, reconozco que nunca tuve claro cuándo sería el momento correcto para tomar la decisión de hospitalizar a un paciente. Durante el proceso de la enfermedad de mis cinco pacientes adultos con síntomas me fue más claro identificar el momento de utilizar oxígeno, el cual era cuando empezaran a desaturar, es decir, que su oxigenación fuese menor de 92% y se hiciera constante por debajo de 90%. Sin embargo, ¿cuándo hospitalizar? No tenía una respuesta clara, escuchaba varias voces de alerta, pero no tenía claro cómo actuar. Para las familias que enfrentan la enfermedad en casa esta es una respuesta que el gobierno y los médicos deben difundir ampliamente, más allá de la capacidad instalada en hospitales públicos y de las propias preferencias de la familia o del enfermo. Conocer cuál es el momento oportuno para llevar a un familiar al hospital a continuar su lucha contra la COVID19, con más equipo y con personal especializado, debe hablarse claramente en los medios de comunicación y en redes sociales. Por otra parte, es importante desmitificar el ingreso al hospital. Mi papá siempre me dijo que al hospital no lo llevara porque de ahí no saldría. Si bien fue así, es posible que hayamos llegado tarde, con la enfermedad agravada y con él ya casando. El Gobierno nos ha enviado el mensaje de aislarnos y quedarnos en casa, pero nunca nos han dicho cuál es el momento oportuno para acudir a un hospital y cuáles son los procedimientos administrativos para poder ingresar a un enfermo por COVID19. Incluso cómo lograr un traslado en ambulancia. Debemos entender que al hospital hay que ir para que el paciente sea tratado por médicos especialistas y con un equipo adecuado.
- Salud mental.
La salud mental de los pacientes con COVID19 es crucial para hacer frente al virus. Hemos estado tan expuestos a noticias funestas sobre el virus que el miedo se hace presente cuando te has infectado. En algunos pacientes el virus ataca agresivamente con altas temperaturas, dolor muscular y mucho cansancio, lo que los pone más sensibles y su ánimo puede decaer rápidamente. Quienes están al cuidado de enfermos de COVID19 en una familia, en ocasiones, pueden pasar por alto esta situación, más si son varios pacientes los que se tienen a cargo, y en condiciones de salud distintas. El tener que resolver cuestiones urgentes puede desplazar las cuestiones importantes, como hacer frente a los padecimientos de salud mental que puede causar la COVID19, tales como: estrés, ansiedad, insomnio, enojo, entre otros. Los adultos mayores y padres de familia sufren mucho estrés al ser ellos los enfermos, porque los han enseñado a cuidar de su familia, les cuesta mucho reponerse. La familia debe tener mucha paciencia con ellos y estar muy al pendiente de su estado de ánimo.
- Honor, respeto y consideración a quienes luchan desde la primera línea contra la COVID19
La lucha de mi familia fue acompañada por un grupo de personas expertas cada una en lo que les correspondía hacer. Hombres valientes y mujeres fuertes que desde diversos frentes nos entregaron su tiempo, experiencia, conocimientos, esfuerzo y solidaridad. En la primera línea de la lucha contra la COVID19 me encontré doctores y doctoras, enfermeros y enfermeras, servidores(as) públicos(as), personal de las empresas privadas como farmacias, laboratorios y venta de oxígeno, así como servicios diversos de comida, entregas a domicilio, y servicios varios. Todos dando lo mejor de sí para poder apoyar nuestra lucha. A ellos les aplaudo de pie, porque he conocido de cerca y en carne propia el esfuerzo físico y mental que representa la lucha contra la COVID19 en la primera línea. La enfermedad no da descanso. Con un mes de trabajos de cuidados me siento agotada. Agradezco enormemente que ellos lleven ya un año luchando sin darse por vencidos. Son personas VALIENTES, esa la palabra que mejor describe a quienes están en la primera línea de la lucha contra la COVID19, siempre dispuestos a todo por salvar vidas, aunque pongan la de ellos en riesgo. Nunca vi miedo en sus ojos, solo determinación. Gracias a todo el personal de salud de las instituciones públicas y privadas que han dado su vida en esta pandemia. Gracias a quienes continúan en la lucha y ponen todos los días su mayor esfuerzo, su corazón y dejan el alma en cada paciente. Deben saber que lo que observé en cinco pacientes de COVID19 de mi familia fue un virus errante. No todos los pacientes tuvieron los mismos síntomas, ni con la misma intensidad. No todos los organismos reaccionaron de la misma manera a los medicamentos. Si bien, los médicos hacen lo mejor que pueden, cada organismo es un mundo; por ello, cuando se dirijan a un médico, háganlo con respeto, porque ellos también se juegan la vida en cada consulta, en cada intubación, en todo momento en el hospital.
Reflexiones finales
La COVID19 te cambia la vida en un segundo. Una vez contagiado, has entrado a un espiral del que no sabes cómo saldrás, ni cómo resolverá tu cuerpo la lucha. Si bien, hay mucho qué decir sobre la forma en la que el Gobierno de México y los gobiernos locales han gestionado la pandemia, hoy busco hacer un llamado de atención a las familias mexicanas para cuidarse a sí mismas y tomar conciencia de lo difícil y costoso que es afrontar un contagio colectivo. Es urgente que las familias tomen sus propias estrategias para reducir los riesgos y la interacción familiar física hasta que todos podamos conseguir una vacuna y/o se mitigue la pandemia. Debemos seguir tomando precauciones como lo hicimos al inicio. Claro que estamos cansados del encierro y la rutina; y ha sido brutal tener que tomar distancia de la familia, pero es necesario salvaguardarnos mutuamente, porque en ocasiones, la única respuesta de ayuda será la propia familia.
Finalmente, es urgente que los medios de comunicación y los propios gobiernos hagan eco de mensajes claros sobre diversos temas que es importante sean del dominio público. Destacaría los siguientes: los síntomas de la COVID19 (sí, mil y una veces) en todas las ciudades del país a todos lo niveles de la población; los tipos de pruebas de diagnóstico; el registro, seguimiento y posibles beneficios para familias con enfermos de COVID19 por parte de gobiernos locales; los trámites administrativos de ingreso a hospitales COVID19 y traslados en ambulancia; la Red pública y privada de atención médica contra la COVID19 disponible en cada una de las ciudades de este país; qué hacer en caso de posibles reinfecciones, así como información sobre el posible periodo de inmunidad. A mis colegas investigadores, les invito a profundizar los estudios sobre la pandemia desde diversas perspectivas, por ejemplo, los padecimientos de salud mental en pacientes con COVID19, los contagios colectivos familiares y cómo los resolvieron, las tareas de cuidados durante la enfermedad, las medidas de intervención de los gobiernos locales a la familias con enfermos de COVID19 y la gobernanza pública en la gestión de la pandemia.
GRACIAS ETERNAS
De manera especial deseo agradecer al equipo de especialistas que apoyó en la lucha de mi familia. Mi eterno agradecimiento para el Dr. José Antonio Villalobos Silva, Especialista en medicina crítica, al Dr. Ismael Quintanilla, médico intensivista, a los enfermeros Max Treviño, Dilan Treviño y Fernando Arévalo y a Claudia Ruiz, asistente del Dr. Villalobos. Todos ellos fueron nuestro fuerte, nuestro refugio, sin ellos no lo hubiésemos logrado. Gracias eternas también al Ing. Saúl Lara y a su equipo en INFRA Ciudad Victoria su apoyo y consideración fueron fundamentales en nuestra lucha. A Iván García quien me apoyó en la logística para el movimiento de los tanques de oxígeno dentro y fuera de mi casa. A la empresa Hospital Depot a cargo del Dr. Berrones, por su disposición y compromiso las 24 horas del día para el suministro de oxígeno. Gracias por todas sus atenciones y consideraciones al personal de la Delegación del IMSS en Tamaulipas, a cargo de la delegada, Delia Patricia Silva Delfín, el Dr. Antonio Torre, el Dr. Anárbol Leal, la Dra. Rebeca Ángeles Morales, el Lic. Álan Ortiz y la Lic. Heydi Camacho. A todas las personas que en diversos espacios de servicios públicos y privados me mostraron su solidaridad, apoyo y consideración ¡GRACIAS!. Gracias Ciudad Victoria por tu gente amable y noble.
GRACIAS infinitas a mis amigos Karla Benavides, Gerardo Valdés, Arturo Núñez, Sandra Pineda, Lic. Bladimir Martínez, Lic. Homero Díaz e Ing. Eduardo Benítez, quienes dijeron ¡presente! en el momento más complicado de mi vida. A la planta de profesores del Doctorado en Políticas Públicas del CIDE y a la Coordinación del Doctorado a cargo del Dr. Mauricio Dussauge, Coordinador Académico y del Maestro Alberto Casas, Coordinador Ejecutivo, gracias por toda su consideración y paciencia. Gracias a mi director de tesis, Dr. Rik Peeters, quien desde el primer momento estuvo ahí con las palabras correctas, siendo solidario. A mi esposo, Mario Alberto Santillana Zapata, porque ha sabido ser y estar en cada momento. A mis hermanas Mónica y Gabriela que estando lejos de México y de Ciudad Victoria no nos soltaron y sostuvieron al resto de la familia en la lucha. Gracias a todos mis pacientes por la lucha interna que hicieron y por no dejarme sola luchando.
A todos ellos ¡gracias, gracias, gracias!.
A mi padre, el Sr. Juan Hermilo Perales Castillo, ¡gracias! por todo lo que me enseñaste, ¡gracias! por obsequiarme la libertad de elegir mi camino y tomar mis propias decisiones. ¡Gracias! por enseñarme a ser una mujer libre de pensamiento y acción. ¡Gracias! por todo lo vivido. Te extrañaré siempre. Vuela alto y descansa en Paz.
[1] FDA. Conceptos básicos de las pruebas para la enfermedad del coronavirus en 2019. Disponible en: https://www.fda.gov/consumers/articulos-en-espanol/conceptos-basicos-de-las-pruebas-para-la-enfermedad-del-coronavirus-en-2019
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